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La escuela como ritual de iniciación



La escuela supone para el niño uno de los procesos más importantes de socialización. En la escuela se les enseña desde pequeños a seguir unas normas y disciplinas determinadas. Sin embargo, el acatar estas normas preestablecidas puede ocasionar que el niño se limite a seguir aquello que se le dicta sin pararse a pensar, llegando en su madurez a ser sujetos que seguirán actuando de la misma forma. Este comportamiento en adultos puede ser realmente perjudicial, ya que correran el riesgo de ser manejables al antojo de otras personas.


Es por ello que educar al niño a ser crítico con todas aquellas normas y tradiciones preestablecidas, haciendole ver dónde se encuentran los límites. Esta educación fomentará el espíritu crítico y la creatividad, obteniendo así adultos creadores con capacidad de pensar por sí mismos.

Sin embargo, una sociedad cuya totalidad de sus miembros son creadores e innovadores no es viable, puesto que avanzaría y cambiaría de una forma alarmantemente rápida, sin lugar apenas a un progreso sostenible en el tiempo. Entonces, ¿cuál debe ser la actitud de la escuela hacia el alumno: fomentar la creatividad o adoctrinarles para el seguimiento de unas normas?


Desde mi punto de vista, considero que la escuela debe fomentar ante todo el pensamiento crítico del alumno, destacando por encima de otros aprendizajes que se imparten en la escuela la capacidad de pensar por sí mismos, obteniendo sus propias conclusiones, resolviendo problemas y manifestando sus ideas y pensamientos. De este modo, las normas que favorecen un bienestar social podrán ser cumplidas, puesto el alumno habrá reflexionado antes de ese cumplimiento las ventajas que suponen tener ese tipo de normas; y las normas o docrinas establecidas que están en contra de sus pensamientos podrán ser cambiadas para favorecer el progreso de la sociedad.


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